http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Barrios_no_oficiales_de_la_Ciudad_de_Buenos_Aires
Valeria Perasso
BBC Mundo, Buenos Aires
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Una
mujer camina sobre las ruinas de las viviendas de unas 20 familias de
la comunidad pesquera de Sihanoukville desalojadas forzosamente en
febrero de 2008 © AI
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Por qué se llama “vándalos” o “antisociales” a los jóvenes criados en barrios privados? ¿Qué rol tiene que jugar el Estado ante la nueva configuración del espacio público y privado? ¿Herencia menemista o fenómeno global? Las mesas de novedades se llenaron de libros que intentan explicar cómo es la vida en los countries y barrios cerrados. Periodistas, sociólogos y antropólogos investigan a más de trescientas mil personas que decidieron mudarse a los seiscientos emprendimientos privados que, en su conjunto, ocupan una superficie dos veces más grande que la de la Ciudad de Buenos Aires. Los que estudian el fenómeno coinciden en que se trata de un estilo de vida instalado, pero el análisis varía según el enfoque. La ficción también retrata el tema: en “Las viudas de los jueves”, la escritora Claudia Piñeiro desnuda las contradicciones de la vida diaria en un country. El año pasado el cineasta Ariel Winograd estrenó “Cara de Queso”, una película autobiográfica sobre la vida de un grupo de adolescentes en un barrio cerrado y la productora Pol-ka decidió que era el momento ideal para producir la remake argentina de “Amas de casa desesperadas”, el público nacional ya estaba preparado para comprender la filosofía del “american way of life” que la serie caricaturiza.
Entre nos. Si bien estamos ante un boom interpretativo, el fenómeno que se analiza no es nuevo. Los countries y viviendas de fin de semana aparecieron en los años 40 con la construcción de las autopistas General Paz y Panamericana. Pero en los 90, la nueva clase media en ascenso (con amplia variedad de status y de posiciones profesionales) decidió alejarse de los centros urbanos para instalarse los barrios cerrados con seguridad privada y verde. En 2006 se duplicó la venta de lotes con respecto a 2005. En forma paralela, las Ciencias Sociales empezaron a usar un conjunto de conceptos que ya son de uso habitual en el análisis del fenómeno.
Maristella Svampa, una de las primeras sociólogas que estudió el tema y autora de “Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados”, explica en su libro que el nuevo estilo de vida implica un modelo de “socialización entre nos”: los countristas defienden las ventajas de vivir en contacto con gente con estilos de vida similar. El “entre nos” parece suplantar al más aristocrático “gente como uno”. El nuevo modelo contrasta con el estilo de socialización de los barrios tradicionales donde aún conviven diferentes sectores sociales.
Los protagonistas del fenómeno tienen un buen sueldo, escapan de la ciudad preocupados por la inseguridad en búsqueda del contacto con la naturaleza. Mónica Lacarrieu, antropóloga e investigadora del Conicet, estudia el tema desde 1998 y sostiene que los countristas viven en una “naturaleza domesticada” porque seleccionan sólo aquellos aspectos del medio ambiente que creen que mejoran su calidad de vida.
Los countries criollos. “Al comienzo de la investigación, pensaba al barrio privado como una aldea de nativos en la que podía limitar un adentro y un afuera taxativos –cuenta Lacarrieu-. Pero la práctica de campo me demostró que los límites son porosos y eso fue muy notable durante la crisis de 2001 cuando los countristas tuvieron que recurrir en forma explícita a los recursos que ofrecían los barrios populares del entorno”.
Se trata de un fenómeno a escala global: existen los “ensembles résidentiels sécurisés” en Francia, las “alcabalas urbanas” en Venezuela y los “condominios fechados" en Brasil. Pero no todos los países conciben las fronteras sociales de la misma manera y las diferencias deben mirarse en relación a los procesos históricos que originaron este tipo de urbanizaciones. “En México –cuenta Lacarrieu- el fenómeno tiene muchos años y una historia menos prejuiciada. Hay universitarios que eligen vivir en este tipo de urbanización que por lo general están muy vinculadas con el modelo norteamericano”. Maristella Svampa sostiene en su libro que “el caso argentino” se diferencia del resto de los modelos porque evidencia el incremento de las desigualdades. La emigración de sectores medios hacia urbanizaciones cerradas coincidió con un contexto de desindustrialización y privatización.
Ante la reconfiguración de lo público y lo privado, los analistas más críticos advirtien que estamos ante una “nueva edad media” donde los barrios cerrados ocupan el lugar de los antiguos feudos. Otros comparan a las nuevas urbanizaciones con la isla Utopía de Tomás Moro, una comunidad perfecta que no conoce el conflicto.
La periodista Carla Castelo acaba de publicar el libro “Vidas perfectas. Los countries por dentro” donde revela con ironía y humor cómo es la cotidianeidad de los barrios cerrados. “Tengo una postura ideológica pero traté de ser honesta –confiesa-. En muchos casos confirmé mis prejuicios porque me encontré con un grupo de gente egoísta y competitiva pero asumo que me sorprendí con la capacidad de autocrítica y con la lucidez de los entrevistados. Se describen sin piedad, me llamó la atención el extraño reconocimiento de los propios pecados”.
Sin prejuicios. “Mundo privado”, el libro de la periodista Patricia Rojas, reúne historias de jóvenes cuyo común denominador es vivir en un country. La autora critica la forma en que el periodismo trata el tema: “Se engloba en una misma bolsa la vida que se gesta en los seiscientos barrios cerrados que existen en nuestro país cuando los nombres ya indican que no son todos iguales, cada country es un mundo. El tema se trata con mucho prejuicio y eso sólo acentúa las diferencias entre el afuera y el adentro”. La antropóloga Mónica Lacarrieu cree que la cobertura periodística del caso García Belsunce jaqueó “la visión idílica del adentro seguro y del afuera peligroso”, pero critica a los medios por “vanagloriar y cuestionar a estas urbanizaciones hasta el hartazgo sin ningún sustento”.
Familias ideales de gente linda. Rojas entrevistó a más de sesenta chicos que, mucho menos atemorizados que sus padres, aceptaron contar su mundo tal cual lo ven. “Me sorprendió enterarme cuán discriminados se sienten los chicos de los countries por los que vivimos afuera. Muchos ocultaban de dónde eran cuando les preguntaban en las primeras clases en la universidad o en sus trabajos. Ellos no eligieron vivir ahí sino sus padres. Y la paradoja es que sus padres dicen haberlo hecho por ellos”. Rojas asegura que los jóvenes pueden hablar con mayor naturalidad y “son más críticos que los mayores sin la necesidad de caer en el chusmerío”.
Valeria Perasso
BBC Mundo, Buenos Aires
Los índices de pobreza urbana se han disparado en Argentina, y con ellos el déficit habitacional.
Sin espacio para acomodar nuevas viviendas en sus intrincados pasillos y calles de tierra, las villas de emergencia de Buenos Aires crecen sin pausa... hacia arriba. En cuestión de semanas, allí donde antes había una caseta de chapa y ladrillo sin revocar, bien puede levantarse una estructura igualmente precaria pero de dos niveles, que luego serán tres o más.
La transformación del paisaje edilicio en barrios marginales no hace más que reflejar estadísticas recientes: según los sondeos del gobierno, la población en las llamadas "villas de emergencia" porteñas creció un 25% en los últimos dos años, para albergar hoy a unas 200.000 personas.
Esto equivale a casi el 7% de los habitantes de la ciudad, o a la llegada de 11 familias por día a algunas de las 14 villas miseria y no menos de 40 asentamientos comprendidos dentro del perímetro de la capital argentina.
"Ahorramos algo, y ahora estamos invirtiendo la plata para tener un hogar... claro que, si tuviera plata en serio, no estaríamos acá", dice Francisco Ugas Cruz, mientras se pasa el brazo por sobre la frente sudada, en un respiro antes de recomenzar la labor de construcción en el fondo de su casa.
Francisco se mudó hace sólo unos meses al Playón de Chacarita, un asentamiento irregular en el oeste de Buenos Aires, justo detrás de una de las principales estaciones de tren. Junto con su mujer y sus tres hijos, terminó aquí su peregrinar en busca de casa propia.
La historia de su familia es la de muchos otros desplazados en la capital argentina, donde el estallido socio-económico de diciembre de 2001 disparó los índices de pobreza urbana y dejó un saldo de desempleo y déficit habitacional. Lo último se ido incrementando.
A Catalina Chéves y su esposo se mudaron hace poco a un asentamiento irregular de Buenos Aires.
La mujer de Ugas, Catalina Chéves, asegura que, desde que llegó desde Perú hace 15 años, siempre había vivido como inquilina. Hasta que le llegó una carta de desalojo y, sin el aval o garante que exige la ley argentina para arrendar, empezó un recorrido de meses por distintas oficinas públicas.
"No logré nada. Hasta que me pasaron la voz de que había un señor aquí que quería traspasar su espacio acá, hicimos el trato y nos vinimos en noviembre pasado. Yo no quería vivir en una casa tomada o no pagar alquiler... pero no me quedó otra", dice a BBC Mundo, mientras exhibe decenas de cartas y fotocopias ajadas que dan cuenta de su trajín.
Muchos de los recién llegados a las villas pasaron por lo mismo. Con los subsidios que entrega el gobierno en casos de desalojo forzado, arribaron aquí para comprar la única vivienda a la que podían acceder con el dinero que tenían en mano.
Las casetas precarias, construidas en terrenos estatales, cotizan entre AR$15.000 y 20.000l (US$4.100 a 5.500). Las que están cerca de la calle valen bastante más, y el flujo incesante de recién llegados dispara los precios hasta límites impensados unos años atrás.
"Los que ya están instalados cobran por 'las mejoras', por construir un piso más, por ejemplo. Si uno tiene 90 metros (cuadrados), se queda con 30 y vende el resto. Así funciona. Y tampoco son una maravilla, las casas, ¿eh?", ironiza Chéves.
En el Playón de Chacarita viven unas 800 familias, en lo que antes era un baldío desocupado tras la privatización de los ferrocarriles, en los años 90.
La vida del asentamiento transcurre detrás de un muro de cemento descascarado, lo suficientemente alto como para hacerlo invisible para un transeúnte distraído. Hay dos entradas para todo el predio, y sólo una accesible para vehículos, por la que ni siquiera se aventuran ambulancias o patrulleros.
Adentro, las casas de ladrillos naranja, chapas y cartón corrugado se amontonan en pasillos angostos, polvorientos en verano y encharcados cuando llueve.
"Yo no tengo agua, la tengo de mangueras que nos la venden, y luz es robada de los cables".
Luis Vilca, peruano que vive en Buenos Aires.
"No hay agua corriente, y la luz en verano es un desastre con el calor... y desde el (año) 2000 es peor, porque no para de crecer", señala María Gelpi, una de las "pioneras" del Playón.
"Yo no tengo agua, la tengo de mangueras que nos la venden, y luz es robada de los cables... A mí me gustaría tener mi luz, pagar y tener una factura a mi nombre. Para poder tener un crédito, porque para todo te piden recibos", opina Luis Vilca, un peruano llegado de Lima hace 20 años, que antes vivió en una casa usurpada y se mudó a Chacarita en 2007.
"Nosotros vamos edificando de a poco, hemos tratado de armar la casa lo mejor que podemos. Pero no tenemos cloacas, tenemos un pozo ciego compartido y el baño así, con cortina... Imagínese, ahora con el problema del dengue y otras enfermedades, no puede ser que el gobierno no dé respuesta", reclama Catalina Chéves.
Ante el crecimiento explosivo de la construcción "villera", las respuestas de las autoridades de Buenos Aires son de corte pragmático
Aseguran que hoy es impensable trasladar villas y asentamientos enteros, porque no hay espacio físico en la ciudad para reubicar a sus habitantes. Y porque cada sector que despejan las autoridades, es de inmediato tomado por otra camada de desplazados.
Así, la política de "erradicación", en práctica desde los años '60, ha sido de a poco reemplazada por la idea de "urbanización".
"El plan consiste en proveerles infraestructura -agua, cloacas y pluviales-, formalizar el tendido aéreo de electricidad y hacer calles para resolver la cuestión de la inseguridad. Es decir, se trata de pasar de lo informal a lo formal", señala a BBC Mundo Federico Angelini, director de la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS) del gobierno porteño.
La ciudad asignó un presupuesto de AR$200 millones (US$55,5 millones) a la gestión en villas durante 2009. Según las autoridades, la meta es convertir en barrios dos de las 14 villas principales antes de finales de año.
El problema del crecimiento de las viviendas precarias, sin embargo, es uno de los desafíos mayores. Las autoridades reconocen que el aumento poblacional es exponencial, sobre todo por la llegada de migrantes de países limítrofes, que hoy constituyen el 70% de los habitantes de estos asentamientos.
Tanto, que hace unos meses el gobierno porteño propició la idea de colocar un sistema de vigilancia policial en los accesos de las villas más céntricas, para impedir el paso de camiones con materiales de construcción.
"Las casas que están, están. Sólo buscamos mejorar la seguridad habitacional, y reubicar aquellas viviendas que sean necesarias para abrir calles o hacer mejoras de infraestructura", asegura Angelini.
El ambicioso plan, sin embargo, ha sido cuestionado por partidos opositores, que califican de "tibia" la estrategia gubernamental y proponen un debate en la legislatura.
En tanto, en el corazón de las barriadas, los propios residentes organizan mesas de trabajo para tener voz en las decisiones urbanísticas que los afectan.
En el Playón de Chacarita, el primer paso - por paradójico que suene- es lograr que las autoridades reconozcan el lugar como una villa miseria. Es que, por el momento, esta concentración urbana es técnicamente considerada "asentamiento", una categoría por debajo de las villas que no garantiza siquiera el acceso a los fondos del gobierno.