El "boom" de las villas miseria
Sin espacio para acomodar nuevas viviendas en sus intrincados pasillos y calles de tierra, las villas de emergencia de Buenos Aires crecen sin pausa... hacia arriba. En cuestión de semanas, allí donde antes había una caseta de chapa y ladrillo sin revocar, bien puede levantarse una estructura igualmente precaria pero de dos niveles, que luego serán tres o más.
La transformación del paisaje edilicio en barrios marginales no hace más que reflejar estadísticas recientes: según los sondeos del gobierno, la población en las llamadas "villas de emergencia" porteñas creció un 25% en los últimos dos años, para albergar hoy a unas 200.000 personas.
Esto equivale a casi el 7% de los habitantes de la ciudad, o a la llegada de 11 familias por día a algunas de las 14 villas miseria y no menos de 40 asentamientos comprendidos dentro del perímetro de la capital argentina.
"Ahorramos algo, y ahora estamos invirtiendo la plata para tener un hogar... claro que, si tuviera plata en serio, no estaríamos acá", dice Francisco Ugas Cruz, mientras se pasa el brazo por sobre la frente sudada, en un respiro antes de recomenzar la labor de construcción en el fondo de su casa.
Francisco se mudó hace sólo unos meses al Playón de Chacarita, un asentamiento irregular en el oeste de Buenos Aires, justo detrás de una de las principales estaciones de tren. Junto con su mujer y sus tres hijos, terminó aquí su peregrinar en busca de casa propia.
La historia de su familia es la de muchos otros desplazados en la capital argentina, donde el estallido socio-económico de diciembre de 2001 disparó los índices de pobreza urbana y dejó un saldo de desempleo y déficit habitacional. Lo último se ido incrementando.
Desalojo y después
La mujer de Ugas, Catalina Chéves, asegura que, desde que llegó desde Perú hace 15 años, siempre había vivido como inquilina. Hasta que le llegó una carta de desalojo y, sin el aval o garante que exige la ley argentina para arrendar, empezó un recorrido de meses por distintas oficinas públicas.
"No logré nada. Hasta que me pasaron la voz de que había un señor aquí que quería traspasar su espacio acá, hicimos el trato y nos vinimos en noviembre pasado. Yo no quería vivir en una casa tomada o no pagar alquiler... pero no me quedó otra", dice a BBC Mundo, mientras exhibe decenas de cartas y fotocopias ajadas que dan cuenta de su trajín.
Muchos de los recién llegados a las villas pasaron por lo mismo. Con los subsidios que entrega el gobierno en casos de desalojo forzado, arribaron aquí para comprar la única vivienda a la que podían acceder con el dinero que tenían en mano.
Las casetas precarias, construidas en terrenos estatales, cotizan entre AR$15.000 y 20.000l (US$4.100 a 5.500). Las que están cerca de la calle valen bastante más, y el flujo incesante de recién llegados dispara los precios hasta límites impensados unos años atrás.
"Los que ya están instalados cobran por 'las mejoras', por construir un piso más, por ejemplo. Si uno tiene 90 metros (cuadrados), se queda con 30 y vende el resto. Así funciona. Y tampoco son una maravilla, las casas, ¿eh?", ironiza Chéves.
Sin espacio
En el Playón de Chacarita viven unas 800 familias, en lo que antes era un baldío desocupado tras la privatización de los ferrocarriles, en los años 90.
La vida del asentamiento transcurre detrás de un muro de cemento descascarado, lo suficientemente alto como para hacerlo invisible para un transeúnte distraído. Hay dos entradas para todo el predio, y sólo una accesible para vehículos, por la que ni siquiera se aventuran ambulancias o patrulleros.
Adentro, las casas de ladrillos naranja, chapas y cartón corrugado se amontonan en pasillos angostos, polvorientos en verano y encharcados cuando llueve.
"Yo no tengo agua, la tengo de mangueras que nos la venden, y luz es robada de los cables".
Luis Vilca, peruano que vive en Buenos Aires.
"No hay agua corriente, y la luz en verano es un desastre con el calor... y desde el (año) 2000 es peor, porque no para de crecer", señala María Gelpi, una de las "pioneras" del Playón.
"Yo no tengo agua, la tengo de mangueras que nos la venden, y luz es robada de los cables... A mí me gustaría tener mi luz, pagar y tener una factura a mi nombre. Para poder tener un crédito, porque para todo te piden recibos", opina Luis Vilca, un peruano llegado de Lima hace 20 años, que antes vivió en una casa usurpada y se mudó a Chacarita en 2007.
"Nosotros vamos edificando de a poco, hemos tratado de armar la casa lo mejor que podemos. Pero no tenemos cloacas, tenemos un pozo ciego compartido y el baño así, con cortina... Imagínese, ahora con el problema del dengue y otras enfermedades, no puede ser que el gobierno no dé respuesta", reclama Catalina Chéves.
Erradicación en marcha
Ante el crecimiento explosivo de la construcción "villera", las respuestas de las autoridades de Buenos Aires son de corte pragmático
Aseguran que hoy es impensable trasladar villas y asentamientos enteros, porque no hay espacio físico en la ciudad para reubicar a sus habitantes. Y porque cada sector que despejan las autoridades, es de inmediato tomado por otra camada de desplazados.
Así, la política de "erradicación", en práctica desde los años '60, ha sido de a poco reemplazada por la idea de "urbanización".
"El plan consiste en proveerles infraestructura -agua, cloacas y pluviales-, formalizar el tendido aéreo de electricidad y hacer calles para resolver la cuestión de la inseguridad. Es decir, se trata de pasar de lo informal a lo formal", señala a BBC Mundo Federico Angelini, director de la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS) del gobierno porteño.
La ciudad asignó un presupuesto de AR$200 millones (US$55,5 millones) a la gestión en villas durante 2009. Según las autoridades, la meta es convertir en barrios dos de las 14 villas principales antes de finales de año.
Política habitacional
En Números
- Las "villas de emergencia" han crecido en un 25% en dos años.
- Se estima que llegan 11 familias por día a las villas miserias.
- Los migrantes representan el 70% de la población de asentamientos irregulares.
El problema del crecimiento de las viviendas precarias, sin embargo, es uno de los desafíos mayores. Las autoridades reconocen que el aumento poblacional es exponencial, sobre todo por la llegada de migrantes de países limítrofes, que hoy constituyen el 70% de los habitantes de estos asentamientos.
Tanto, que hace unos meses el gobierno porteño propició la idea de colocar un sistema de vigilancia policial en los accesos de las villas más céntricas, para impedir el paso de camiones con materiales de construcción.
"Las casas que están, están. Sólo buscamos mejorar la seguridad habitacional, y reubicar aquellas viviendas que sean necesarias para abrir calles o hacer mejoras de infraestructura", asegura Angelini.
El ambicioso plan, sin embargo, ha sido cuestionado por partidos opositores, que califican de "tibia" la estrategia gubernamental y proponen un debate en la legislatura.
En tanto, en el corazón de las barriadas, los propios residentes organizan mesas de trabajo para tener voz en las decisiones urbanísticas que los afectan.
En el Playón de Chacarita, el primer paso - por paradójico que suene- es lograr que las autoridades reconozcan el lugar como una villa miseria. Es que, por el momento, esta concentración urbana es técnicamente considerada "asentamiento", una categoría por debajo de las villas que no garantiza siquiera el acceso a los fondos del gobierno.
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